Mariana Saud estudió Administración Hotelera y Marketing. Pero cuando terminó su última carrera, decidió apostar por su propia marca. Primero, a través de un local en Recoleta, en el que compraba ropa al por mayor que revendía. "En un momento, decidí empezar a crear modelos propios. Ropa que a mí me gustaría ponerme. Hice una mini colección para jugar y se agotó en 4 días. Ahí me di cuenta que era mejor producir que revender. Era más rentable y, fundamentalmente, descubrí lo más hermoso que le puede pasar a un diseñador: que a las clientas les gustaba lo que yo creaba", recuerda.

Entonces, fundó Naima, su primera marca, que emprendió junto a una socia. "Contratamos al mejor equipo en prensa y producción. Lo dimos todo, pero la sociedad no funcionó porque no nos conocíamos tanto y, si bien la marca se posicionó y anduvo bien, finalmente decidí vender mi parte y abrirme camino sola con mi marca personal", explica. No fueron momentos fáciles: "Después de vender estaba muy cansada, sin ganas. Venía de armar una mega marca, trabajar 24/7 con todo al hombro y el estrés de terminar una sociedad con una persona que consideraba amiga. Como toda separación, es un proceso complejo y difícil. Estuve tres meses muy triste, sentía que mi marca era mi bebé y lo había perdido".

Pero como "obstinada y perseverante", decidió retomar su proyecto original y fundó esta vez una marca con su nombre: Marian Saud. Comenzó con prendas Pret a Porter pero sus clientas empezaron a pedirle vestidos de fiesta. "Un día una de mis mejores amigas me dijo que se casaba y me salió del alma decirle que le regalaba el vestido. Quería darle lo más lindo que pudiera y obviamente lo primero que se me ocurrió fue el vestido. Al día siguiente, cuando empecé a hacerlo, me di cuenta que era una locura, ¡ya que nunca había hecho un vestido de novia!", cuenta. Fue un éxito y el principio del camino que, gracias al boca en boca, hizo que empezara también a hacer prendas que desfilaron por alfombras rojas e incluso Cannes.

Hoy, en Cañitas, en una casa de tres pisos, despliega su negocio, que incluye un taller, un atelier (que lleva adelante con un equipo de modistas y bordadoras) e, incluso, un café. "El último año crecimos mucho. Dupliqué el espacio en el que trabajamos. Transformé el PH donde funcionaba mi atelier anterior convirtiéndolo completamente en taller y mudé el local con showroom a una casa de tres pisos justo enfrente, lo cual nos permitió ampliar el equipo y la capacidad instalada y tomar muchos más trabajos", cuenta.  

"Mis clientas son mi inspiración. Esa es la frase con la que cierro todos mis desfiles, acompaña por distintas clientas que hacen las pasas de cierre con los vestidos que diseñé para cada una de ellas. Ese es el sello de mi marca", asegura. Por eso, está en cada detalle. "Muchas veces compran un vestido de perchero, ya terminado, pensando que es eso y ya está. Pero no, yo jamás dejaría que se lleven algo que no esté adaptado al cuerpo y al estilo de cada una. Lo probamos, lo marcamos y lo mejoramos pensando en cada una de ellas, ya sea en el bordado, el largo, o si hay que agregarle o sacarle algo". En su última presentación, en el Palacio Paz, hubo 30 modelos y 60 vestidos. "Cuando mis clientas se levantaron de sus asientos y comenzaron a caminar por la pasarela mostrando cada una, con orgullo, los vestidos que les hicimos para sus fiestas u ocasiones especiales, fue el momento más especial", dice.

El año pasado hizo un primer intento de expansión internacional y abrió un local en San Pablo. "No fue una buena idea, ya que era muy difícil concretar ese desembarco sin estar allá de manera permanente. Yo soy muy perfeccionista, me gusta que todo funcione de manera profesional y poder atender a cada clienta con la dedicación personalizada que le corresponde, y ese nivel de exigencia me demandaba estar una semana allá y una acá en un momento en el cual acá estábamos todavía en un proceso de desarrollo y consolidación. Era muy complicado", cuenta. Lección aprendida, no descarta volver a poner un pie en el país vecino (o en otros), una vez que la operación argentina esté del todo consolidada.

Y en medio de ese proceso, también abrió un café en la entrada del atelier, en línea con lo que están haciendo en el mundo las grandes marcas, que está abierto al público en general, no solo a sus clientas. "Me entretiene innovar, arriesgar. Ahora es el Café Marian Saud, después de eso seguro surgirá alguna otra idea. Porque no paro nunca, siempre estoy pensando cómo puedo seguir creciendo y generando nuevas oportunidades para mi marca y para mi equipo", dice la diseñadora, que tiene un equipo de más de 15 personas.  

Emprender en la Argentina sigue siendo un desafío: "La burocracia, tener empleados. ¡Es tremendo! Las cargas sociales son enormes, el empresario paga 60% más. En Brasil es un 10%, entonces es más fácil dar trabajo y crecer. Es mucha diferencia. Y a eso hay que sumarle la carga impositiva. Todo esto hace que muchos desistan de invertir para producir acá. Muchos se quejan de que comprar en el shopping en Buenos Aires es más caro que en una marca internacional en París, pero en otros países no se pagan los impuestos y las cargas sociales que pagamos nosotros. Sería genial que esto cambie. Podríamos dar aún más trabajo y se activaría el consumo y habría más mercado para la producción argentina. Tengo esperanzas en que esto cambie algún día. Sobre todo porque estoy convencida de que tenemos enormes talentos, nuestros diseñadores son muy valorados en todo el mundo y que hay una gran oportunidad para la Argentina en la industria de la moda".

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